viernes, 25 de enero de 2013

Santa Ana Del Valle

La Vereda

Entre valles y verdes montañas,
frondosos bosques se atisba pequeña y frágil,
 surcada por cristalinos y bravíos ríos.

Caminos labrados por el paso de las mulas
y sus arrieros, las huellas del errante caminante
le marcan a su paso sus curvados suelos.

Aquella vereda, con sus calles de piedra
sus casas de tapia, paredes  de blanco encaladas
sus cocinas y fogones a leña , con olor a roble, guayabo,
carate, guamo y arrayán, humean al alba elaborando
aquel rico y delicioso café.   

 Sus techos de hoja lata, rechinan al sol,
y resuenan cual tambores de guerra, al caer 
fuertes las gotas de agua, que en tiempos de lluvia
corrían sollozos, juntando caudales  y a su paso avivando
 nacientes manantiales con impetuoso rigor. 

Empinada calle, angustiosa calle que espera solitaria
el paso del lugareño y el visitante, te recibe pequeño
valle a tu entrada las rosas, flores y jardines que
una vez  mi madre  con tanto esmero cuido.

Aquella pequeña villa que un día quiso ser grande;
 Las familias y apellidos que en su entonces la habitaban:
Agudelo, Cardona, Correa, Gutiérrez, González, Giraldo,
Lopera,  Mazo, Morales, Pozo,  Rojas, Sierra, Tamayo,
Taborda  Zuleta y demás personas y personajillos,   
con sus niños jugueteando, su gente alegre,su cura
su misa de domingo, sus viejos, sus locos y tontos
de pueblo, como es habitual.

Los bailes de caseta amenizados, por sones y sonetos
por voces disonantes, viejos los instrumentos mas viejos y cascados ellos, aquellos dos cantores que al compás del viejo tiple, la triste y desafinada guitarra, ponían el ritmo en el cuerpo a los llamados: montañeros, sanjorgeños, gente pintoresca venida del cedral, los chorros, el amparo, la vega, el pisco, la esperanza y el consuelo.

Fatigados;  y sus  cuerpos cansados, del arduo trabajo del campo y las cosechas trillando con sus manos fuertes, empuñando el hacha, el pico y el machete
para labrar sus suelos. Y así el sustento asegurado, sacar un rato para distraerse; lucir sus galas, el carriel, el poncho, la ruana y el sombrero.

Aquel machete instrumento labrador, aquel hierro afilado
 para abrir el monte, despejar, levantar cosechas, ahuyentar las fieras,tuvo también tentación y pecado;
 desangrando, mutilando,  cubriendo de sangre tu suelo marcado.
Lo que era un alegre encuentro festivo, a medida que avanzaba la tarde y disminuía el liquido de las botellas, afloraban los destellos de aquellahoja de hierro en ese momento posesa y maldita. 

Se hizo típico y habitual aquel circo sangriento,  que de espectadores nunca estuvo mal habido al incentivar su portento.
Pero había guasa, no todo mala racha , hubo jolgorio y
 momentos de alegría por do quier.
   
Alegres festivales de música, encuentros culturales, el baile, 
el teatro; aquel teatro que distrajo, emociono, ilusiono y
 entretuvo su gente, su buena gente, amable y armoniosa.
 Aquellas empanadas típicas, aquellos chorizos, morcillas,
buñuelos , tamales.
 Aquellos paseos de escuela, aquella alegría metida en el cuerpo de los niños, esa bonita ilusión. 

Ese arroz amarillo, con sus tajadas,
 su huevo revuelto, su arepa, esos envueltos en hoja de plátano, el arroz con leche, la mazamorra, el minisicui, el queso, la mantequilla de elaboración casera, el gofio envuelto en cartuchos de papel. 

Aquellos bonitos altares del día del corpus elaborados
 por las mujeres con suma destreza y habilidad, engalanaban 
 aquellas bonitas calles y las llenaba de aquel aire festivo, alegre y cordial.

Aquel ritual de matanza del cerdo, chamuscado a la antigua 
con su helecho, reunía en casa de Correa a propios y extraños
 como un suceso fantástico pero a la vez muy habitual.
Hoy solo quedan en la mente, aquellos buenos momentos,
 tantos y bonitos recuerdos.
  
De todo aquello apenas queda nada;
Santa Ana Del Valle: 
Ya no eres Santa, no eres tampoco Ana . Ya no queda valle, 
vergel empedrado, muros, casas ni calles.
El ciclón del mal se apodero de ti, en valle de lagrimas
te has convertido, triste, inerte y derrumbada por el paso del tiempo, el agravio humano y la desolación.
La partida de tus hijos cerro los caminos, el árbol secó sus raíces, sus ramas ya sin vida sus hojas soltó.
Ya no vuelan ni trinan las aves, ya no quedan frondosos bosques,ya las aguas de mayo perdieron su control.

Ya nadie te labra, no hay ya maizales, no quedan cafetales. 
Solo la maldad crece; por lo que un día fueron calles y caminos, 
hoy florece la maleza, germina la tristeza.

Has perdido tu color.
Wil Correa.








  







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